Prejuicio arraigado y milenario: lo lúdico es patrimonio de los niños y lo irracional, de los locos. Entre adultos, parece decir el crítico literario, o sos serio o no existís. Ahora bien ¿cómo legitimar el discurso de la ironía, que al decir dice lo contrario de lo que dice, evitando así que la mala fe reduzca el discurso humorístico a mera bufonada?
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