Cada generación tiene su chivo expiatorio, una especie de pararrayos del mal, que atrae hacia sí toda la crueldad y la miseria humanas; un ser a fin de cuentas esencial para que otros, sus congéneres, escudados en la ignorancia o en la obediencia debida, laven rápidamente sus culpas. Ese chivo expiatorio, para nuestros padres, fue Yoko Ono, mujer de Lennon y sepulturera de los 60.
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